
(Ático Press, 2025)
Gastón Bachelard decía que hay que estar presentes en el «presente de la imagen»y es en la captura de momentos específicos de la vida de la estrella musical Lady Gaga, que Roguelio Guedea interviene la transparencia de los fantasmas que ella expone al conocimiento popular. Elegía, no elogio, vuelca su yo lírico en el papel de acompañante testimonial, que la padece y celebra con la misma pasión dentro de este libro.
Su conformación es a partir de «reconstruir los cristales rotos» semejante a la manera del Kintsugi, técnica japonesa de restauración que consiste en reparar piezas artísticas de cerámicas al ponerle uniones doradas a las grietas. Ese arte de querer desde nuestras cicatrices nos remite a la sabiduría del poeta Rumi, «la herida es el lugar por donde entra la luz». Revestir en lugar de ocultar las fracturas, espolvorear oro en polvo sobre la laca de la experiencia humana contemporánea encarnada en esta icónica rockstar. Dar una nueva vida a la pieza —biográfica— al realzar la belleza de la cicatriz. Reescribir sobre el yeso de las fracturas anímicas con la materialidad del texto, para hacerlo cuerpo presente, invocación para volver estas contingencias trascendentes a través del vehículo de estos poemas.
Es en la poesía en donde lo roto —que después del trauma, deja de servir y pasa a ser desechado como recuerdo doliente— transforma su función a otra: ser un recurrente mensaje de alerta activo frente al lector. Una nueva óptica bajo el lente de lo poético, que resignifica el viaje de una heroína pop que surfeó sobre valles de lágrimas, mientras los dedos del poeta tocaban fondo al presionar «las teclas,/ ásperas que desgarraban la noche».