Historia crítica de la poesía mexicana, Vol. II (FCE-Conaculta, 2015)
Elegir, de forma objetiva, a los poetas mexicanos nacidos a partir de los años veinte del siglo pasado, además de enmarcarlos dentro de una corriente poética concreta y bien delimitada, fue la tarea más ardua de este segundo volumen de la Historia crítica de la poesía mexicana. Si el primer volumen se ofrecía por demás asequible en cuanto a su organización temática, pues el dictamen histórico ya había puesto a cada poeta en su justo lugar y había canonizado a los correspondientes movimientos literarios, este segundo, por su cercanía temporal, se imponía indócil y escurridizo. No se trataba de oscurecer el panorama poético del siglo XX con demasiadas categorizaciones, sino, más bien, simplificarlo para poderlo visualizar mejor dentro de su propio contexto histórico, de tal modo que se buscaron aquellos aspectos más genuinos que caracterizaran a cada periodo poético y después se inscribieron en ellos a los poetas que mejor los encarnaran, tomando en cuenta no sólo la originalidad del poeta sino también que éste fuera una pieza clave para entender la cuestión lírica de dicho periodo. De esta forma fue que se dividió en tres grandes momentos la tradición poética mexicana después del vanguardismo: neorromanticismo, posmodernismo y anfiguardismo. Dentro de la vertiente neorromántica se inscriben aquellos poetas en los que prevalece más el uso de las emociones, sentimientos e incluso el deseo visible de comunicarlos a un interlocutor real o ficticio, supeditando el lenguaje a este principio de comunicabilidad. Poetas como Jaime Sabines, Rubén Bonifaz Nuño (sobre todo en su primera etapa), Marco Antonio Campos, Ricardo Yánez o Luis Miguel Aguilar son una muestra representativa de esta dicción. Enmarcados en el posmodernismo se encuentran, en más de un sentido, los herederos de la poesía del lenguaje, derivada directamente de la vanguardia más experimental, esto es aquellos poetas mayormente preocupados por explotar todas las potencialidades del lenguaje como canal o vía de conocimiento. Esto no significa que estos autores desdeñen los aspectos sensoriales o comunicativos del ejercicio poético, pero sí que su impulso lírico no está reducido tan sólo a transmitir un “mensaje”. Marco Antonio Montes de Oca, Gerardo Deniz, David Huerta y Coral Bracho son los ejemplos más representativos de esta prosodia. En esta misma categoría también se encuentran poetas que empezaron a hacer del uso de la ironía una herramienta imprescindible, logrando un equilibrio entre experimentación de nuevas formas expresivas y renovación del sentido que con éstas pretendían articular. Héctor Carreto y Ricardo Castillo podrían representar muy bien esta última tendencia también. Por último, el anfiguardismo es un término que acuñé en mi libro Reloj de pulso: crónica de la poesía mexicana de los siglos XIX y XX para poder explicar el fenómeno poético de los autores mexicanos más jóvenes, principalmente de los nacidos en las décadas de los sesenta y setenta. El anfiguardismo representaría una tensión entre una retroguardia (aquellas construcciones líricas que miran hacia poéticas más tradicionales, no necesariamente de épocas inmediatamente anteriores) y una vanguardia (que incluye elocuciones con voluntad de renovación visible del lenguaje poético y la constante búsqueda de nuevas sintaxis). En los poetas más jóvenes no existe precisamente una conciencia ruptural, en el sentido expuesto por Octavio Paz, sino más bien aglutinadora. Lejos de romper con lo establecido (y establecer otro “comienzo”), lo incorporan a sus ámbitos expresivos, resultando en ese ir hacia atrás (retroguardia) y hacia adelante (vanguardia) una forma o sentido poético nuevo. Esto es visible en poetas como Dana Gelinas, Mario Bojórquez, Luis Felipe Fabre e Inti García Santamaría, el más joven de todos los poetas aquí incluidos. Con este segundo volumen se aspira, pues, a completar el recorrido que inició con el primero, desde la época neoclásica, hasta los poetas del anfiguardismo (nacidos en las décadas de los sesenta, setenta y ochenta), para así ofrecer un paisaje completo, al día de hoy, de nuestra inagotable tradición poética nacional. (Rogelio Guedea)