Es sólo facultad del tiempo templar la memoria y aguzar la inteligencia, pero sólo voluntad del hombre darle a la vida un sentido valedero. Si el camino que elegimos andar está abrigado, además, por la tela finísima e inconfundible de la ironía, del humor y de la entrañable gracejada, esa experiencia vital adquiere un valor agregado, que no pocas veces será impermeable a la desgracia y a la tristeza, tan común en los hábitos del hombre. Haber vivido a plenitud, sin las ataduras de la moral y la ignorancia, es haber vivido afortunadamente, y de esto nos da cuenta el maestro Ismael Aguayo Figueroa a lo largo de estas páginas, un hombre que ha sabido encontrar hasta en los lugares más aciagos un páramo de sueños y esperanzas.