Volver los pasos, a veces, siempre es bueno. La memoria necesita ejercitarse en ese ir y venir porque, de otra forma, desfallece, se convierte en una gatilla floja. Ayer, mientras leía a Cicerón, que curiosamente es el filósofo al que más vuelve Montaigne, filósofo al que a su vez vuelvo yo casi siempre, pensé que sería bueno refrescarle la memoria al lector sobre esas dos caras o dos espaldas que tienen los políticos mexicanos y, más particularmente, colimotes. La cara o espalda de cuando andan eufóricos en campaña y la cara o espalda de cuando han obtenido lo que buscaban o han muerto en el intento. Voy a referirme a dos casos concretos, sin que eso quiera decir que el lector pueda encontrar doscientos mil más. El primero es el ex precandidato a la gubernatura, Arnoldo Ochoa González, quien, cuando andaba queriendo la candidatura por el PRI para el máximo cargo estatal, nos hacía masticar su rostro en cada sentada. El señor este aparecía hasta en la sopa diciéndonos que era nuestro amigo. “Soy el amigo de Colima”, decía ufano (o Ufano decía). Y yo hasta casi me como el chocolate. Bien, pues ahora he preguntado qué ha sido del señor este amigo de todo el pueblo de Colima (mi pueblo) y nadie me ha dado razón. Dicen que se lo tragó la tierra o que él, desesperado, se la tragó a ella con sus colmillones de dinosaurio. El otro ejemplo es el de la señora Martha Sosa, quien, recuerdo, empezó a publicar en Ecos de la Costa colaboraciones periódicas en las que hacía reflexiones profundas sobre esto y aquello, y en las que, incluso, decía que ella tenía la luz y con ella nos iba a aluzar a todos cuando llegara a la gubernatura por parte del PAN, su partido. Casi casi que era la ungida, pues. Lo digo así con la libertad que me da hablar en un país en el que se lucha por la igualdad de los hombres y mujeres, de modo que si así me dirijo a los hombres (cuando hablo de ellos, como es el caso del señor este Arnoldo Ochoa), ¿por qué no habría de dirigirme así a la señora Sosa? En fin: la señora Sosa un día nomás dejó de escribir. Se le acabó la tinta a la pluma o la luz a la inspiración. Y yo dije: ah chingaos, pos qué le pasó a la señora Sosa, ¿dejaría de escribir nomás porque no consiguió ser gobernadora?, ¿no era la vena a lo Griselda Álvarez la que traía o qué? Pensé esto porque recordé que yo he escrito desde hace muchísimos años, y lo he hecho aun cuando siempre he perdido en todo. Es más: apenas ayer o antier me di cuenta que soy el único nango al que no le pagan ni le han pagado nunca sus colaboraciones en este y otros periódicos de Colima. Pero el otro día que leía a Cicerón, decía, pensé que sería bueno hacer un pequeño recuento al respecto, porque es muy malo que el lector olvide éstos y otros casos de políticos travestis (y lo digo en sentido figurado ¡carajo!) para que si en el futuro se les presentan en su casa hablándoles de la amistá o la luz celestial no hagan sino darles con las puertas en la cara.
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