Otro oír en lo que el mundo calla

Eduardo Espina (Uruguay, 1954) ha publicado un nuevo libro de poesía titulado El cutis patrio (Aldus, 2006), obra que, en muchos sentidos, ha consolidado una estética (la suya, personal e intransferible) y una corriente de escritura que merecería estudios más sistemáticos: el neobarroco, cuya piedra angular en nuestra lengua recaería en el poeta cubano José Lezama Lima. El cutis patrio, de Espina, refleja esta misma advocación pero, como poeta verdadero que es, la transgrede. En este sentido, Espina no es un poeta neobarroco (aunque valga la clasificación para fines metodológicos muy generales), sino siempre algo más que eso. Aunque su filiación prosódica y estilística se inscriba en categorías escriturales cercanas a obras como las de José Kozer, David Huerta, Nestor Perlongher y el mismo Roberto Echavarren, en la poesía de Espina destaca su capacidad por constituirse en sí misma a través del lenguaje. Una piedra lingüística sobre otra. En los poetas adscritos al neobarroco el lenguaje es un elemento activo, regenerador, pero en Espina es centro y eje. Lo es todo. Su radicalización lingüística tematiza y sintetiza. Su relación referencial, su contacto con la realidad inmediata, es de tipo saturacional. La saturación referencial igual a la saturación del yo postmoderno. En El cutis patrio, un libro río, libro que refleja a la vez una ansiedad lingüística, el sentido último (su teleología) es un sonido. Un ritmo. Toda la poesía de Eduardo Espina quisiera reducirse a un ritmo. Las cosas, su irradiación figurativa, y el lenguaje mismo, padecen en la poesía de Espina una transformación rítmica. El sujeto que enuncia el poema es, en sí mismo, un trizadero de palabras en busca de un sentido. El lenguaje no quiere decir sino ser. No quiere ser sino sonar. Encontrar un pie, un compás, como la tierra girando sobre su propio eje. Encontrar esa resonancia oculta parece ser la búsqueda frenética de Espina. Como lo ha dicho Enrique Mallén, uno de los más sesudos especialistas de la obra de este poeta, en la obra de Espina «el poeta tiene el papel del vidente pues apunta a una realidad con/figurativa más profunda que la comúnmente aceptada: la sabiduría de lo oculto». En El cutis patrio hay un hombre que camina sobre el asfalto del lenguaje y, en un momento determinado, súbitamente, se da cuenta de que él es el lenguaje mismo. La poesía de Espina es un sentido que se oye. El significado de las cosas es otra cosa. Otro coso. Por eso escribe:

Y el significado hecho de pulcros
tamaños, letricas que encarnan el
encarame de algunas cosas, pecas
de conspiración entre el pescuezo
y un as de sol a salvar al albatros.

Conformado por setenta y siete poemas estructurados en su forma ya conocida, un gran planetario lexicográfico en tiradas que se angostan o se enanchan según lo dictamine el pie rítmico (aunque «la manera de escribir es la máscara»), El cutis patrio no contiene divisiones capitulares y cada poema podría ser la continuación del siguiente. Cada poema es, en realidad, el borrador del siguiente. Vuelven a este libro las obsesiones de sus obras anteriores: el lenguaje, el yo múltiple inserto en una polifonía autoreferencial, el humor, la no sentimentalización y desacralización prosódica convencional, la fijación por la imagen (atisbamiento de una visión), el uso personalísimo del encabalgamiento, la preocupación temporal. Así lo expresa en «El ocio y el espacio (Blanco en peligro)», uno de los poemas más bellos de este volumen:

Es la página: el tiempo
en persona y pensando.
Son horas a no olvidar
rato escrito a responder
esta certeza de siempre.

En la poesía latinoamericana, sin duda, la voz concentrada de Eduardo Espina se hace cada vez más necesaria. Su obra poética es un referente (ya) ineludible. Marca un compás y una transformación. No es ruptura sino aglutinación. No es continuidad sino derivación. Otra razón antropogáfica más, como lo expresaba De Campos. El Cutis patrio es una imagen para leerse con los oídos, «ese otro oír en lo que el mundo calla».

FUENTE: La Jornada Semanal

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