Rosario Robles y la Sedesol: el crimen perfecto

En 2010 irrumpió un escándalo en los medios de comunicación neozelandeses porque el Ministro de Vivienda, Phil Heatley, había  hecho un mal uso de su tarjeta de crédito gubernamental: reportó haber gastado un dinero en viáticos (una comida con su esposa) cuando en realidad lo había invertido en dos botellas de vino para una conferencia de su propio partido: el Partido Nacional,  actualmente en el poder.

 

Este “desliz” bastó para que el ministro Phil Heatley presentara su renuncia al cargo, regresara el dinero gastado y pidiera una disculpa pública por este hecho. Salió entonces a los medios y declaró:

 

“No tengo el menor deseo de convertirme en blanco de distracción de este gobierno”.

 

El primer ministro, John Key, aceptó su renuncia, apenas un año después de que su ministro de Asuntos Internos, Richard Worth, renunciara también en virtud de haber tenido un comportamiento inadecuado hacia una mujer, quien lo denunció por enviarle “mensajes de texto inmorales”.

 

Si estos hechos escandalizan a todo un país y hacen renunciar a servidores públicos de tan alto rango, ¿qué sucedería si se enfrentaran a los casos de corrupción mexicana?

 

El pasado 17 de abril, por ejemplo, el Partido Acción Nacional, a través de su presidente, Gustavo Madero, dio a conocer unos audios en donde se denunciaba a funcionarios de la Secretaría de Desarrollo Social de Veracruz de utilizar programas sociales, como el de Oportunidades, con fines electorales.

 

En las 13 horas de grabación se da a conocer lo que estos funcionarios, en conciliábulo con militantes priistas y autoridades electorales, fraguaban para retener el poder en las ya próximas elecciones, dejando otra vez mal librado al cínico –así lo califican ya- gobernador Javier Duarte.

 

Los partidos opositores, principalmente PAN y PRD, mostraron indignación (aunque de nada deberían asombrarse porque son iguales) y exigieron la renuncia de la secretaria de la Sedesol, Rosario Robles Berlanga, quien en una entrevista a Carmen Aristegui negó, obviamente, su participación, ignorando que el tronco, en estos casos, es el responsable de lo que le pase a las ramas. El turbión pudo haber recuperado su cauce de haber tenido el presidente Peña Nieto la asesoría adecuada, tal como en los ejemplos neozelandeses aludidos. Pero ni pensarlo: en lugar de pedir la renuncia de Robles Berlanga (y con ello devolverle la credibilidad al Pacto por México y, en específico, a la Cruzada contra el Hambre), el presidente apareció en el escenario para sobarle la espalda a su flamante colaboradora.

 

Aun cuando fueron despedidos siete funcionarios de la Sedesol-Veracruz, parece que el gobierno de Peña Nieto sigue estando lejos de saber que, al día de hoy, no existe el crimen perfecto.

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