Mazatlán Inn

Hay frases que lo rondan a uno siempre, cada día y todos los días. En mí hay dos. Una de San Anselmo, que dice: «el que piensa en la muerte diariamente no muere de repente». Y otra de Diógenes, que en realidad es una imagen: la de aquel que va al mercado y se da cuenta de todo lo que no necesita para vivir. Así me sucede a mí, sobre todo cuando alguien intenta por todos los medios venderme algo que, a las claras, no necesito. El otro día, por ejemplo, me detuvo en una avenida de la zona hotelera de Mazatlán  me detuvo una mujer para decirme que estaba promocionando un nuevo hotel y que si aceptaba un tour por sus instalaciones se me regalaría un desayuno y una noche. ¿Gratis, de verdad?, pregunté. Completamente, señor, me dijo. ¿Para los cuatro?,  volvía a preguntar mirando esta vez a mi mujer y mis dos hijos. Por supuesto, corroboró la mujer. Pensé que sería la oportunidad que estaba esperando del cielo para llevar a mis hijos a un hotel de  verdad y no a esos de siempre donde las camas rechinan y el agua nunca sale caliente. Nos subimos en la camioneta y fuimos. En el lobby del hotel nos esperaba  un hombre que nos dio la bienvenida con una familiaridad que hasta me sentí como en casa. Nos llevó a ver las instalaciones, campo de golf, villas, albercas y al final al restorán, donde nos pidió que desayunáramos de ese magno bufete  mientras traía una información importante que debía mostrarnos. Yo, para esto, todavía no entendía muy bien nada, sobre todo porque el hombre nos decía que nosotros en lo que que debíamos invertir era en  una habitación junior. El hombre volvió a los cinco minutos y nos empezó a hablar de una membresía y unos pagos anuales que teníamos que hacer durante treinta años, expandible a noventa, para gozar de esa habitación junior que nos había mostrado pero también de los beneficios que daba Pueblo Bonito Premier y otro organismo (algo así como RCT o sabe qué) que era la locura de la felicidad porque, nos dijo, en la vida lo más importante es 1) la familia, 2) la salud y 3)el dinero. El tipo lo sabía todo y yo, a estas alturas, también: me di cuenta que habíamos caído en la cueva del lobo. Cuando el tipo me dijo que debíamos dar un pequeño enganche de treinta mil pesos y firmar un contrato pero ya por treinta años, yo engullí los chilaquiles de un bocado y le dije que en realidad yo era un escritor muy mal vendido y no, en cambio, el sobrino de Slim, como tal vez creía.  Fue ahí cuando el vendedor, luego de casi tres horas de aventarse un chuletón con todos los beneficios que estaba desaprovechando, me indicó que no había problema y que me deseaba que terminara bien mi desayuno, disfrutara la noche gratis que se me ofrecía y luego de todo ello  me fuera, no lo dijo pero seguro lo pensó, a chingar a mi madre. Salvo lo último, fue justo lo que mi mujer y yo hicimos. Esa misma tarde, dentro de las aguas tibias de la  majestuosa alberca, me dijo  mi mujer: es la primera vez que haces  un buen negocio, Guedea. ¿Y eso? Pues sí, me dice, desayuno gratis, noche gratis diez estrellas y, no conforme con eso, nos ahorramos treinta mil pesos. Eso sí, respondí, todavía incrédulo, mientras observaba cómo se zambullía, allá a lo lejos,  una gaviota entre las olas.

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1 comentario en “Mazatlán Inn”

Muy buen articulo Doctor. Me hizo reir!, sobretodo por el comentario del mejor negocio. Nunca lo habia visto desde ese puento de vista y creeme que ya lo he vivido varias veces. Saludos

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