Filosofía circense

El otro día, intentando definir la perspectiva que debe uno tener frente a la vida llegué a la conclusión de que, en efecto, un circo podría ser un buen ejemplo para resolver posiciones y estrategias. Por ejemplo, pensaba: es curioso que los boletos más caros –los de palco, por decirlo- te permitan ver el espectáculo más de cerca, pero, por otro lado, no te permitan ver a la gente que ve el espectáculo y además corras el riesgo de que un león enfurecido vaya a darte zarpazo a la menor provocación. Luego pensaba: es curioso que los boletos más baratos –digamos gradas- sean los que te permitan ver, sí, a mayor distancia el espectáculo –a veces no puedes distinguir rostros de malabaristas o payasos- pero, en cambio, te dan una visión de conjunto que te permite, además, enterarte de todo lo que pasa a tu alrededor: puedes ver el espectáculo, luego ver a las personas que ven el espectáculo y, de quererlo, también a los vendedores ambulantes que no sólo anuncian sus lucecitas de colores o sus aguas embotelladas sino que también ven a las personas que ven el espectáculo. Pensaba que a veces no es necesario pagar tanto, ni esforzarse tanto, ni meter a tantos tantas zancadillas, para conseguir estar en los palcos de la vida, sino que basta y sobra con un lugar por ahí perdido entre las gradas para observarla en su conjunto –con lo bueno y lo malo que hay- y así poder decidir no sólo hacia dónde vamos sino, sobre todo, cómo regresaríamos de tan incierto destino.

Ecos de la Costa

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