Errar

Hace un par de semanas fui al supermercado en busca de café. Metí las narices entre la enorme variedad y al final elegí cualquier cosa. Volví a casa y a la mañana siguiente, al abrir la bolsa, me di cuenta de que era café de grano y yo no tenía el aparatejo ni para molerlo ni para extraerlo. Como el grano estaba de lo más tostado y olía que inundaba toda la casa, decidí usar el molcajete. Sólo por esta única vez, dije. Luego lo puse en la cafetera y de ahí a mi taza. Café mejor no había probado en mi vida ni desliz tan nimio me había traído tamaña felicidad. Una experiencia similar me sucedió hace dos días, cuando salí de paseo con mi mujer y mis hijos. Decidimos ir al arroyo de Pine Hill, rodeando la montaña que va hacia el poblado de Mosgiel, para evitar tomar la autopista. Entramos por la terracería y luego de avanzar algunos kilómetros encontramos un “Road Closed” que, pensé, iba a traernos la ruina del domingo. Al verme la cara desencajada, mi mujer me dijo que diera vuelta y siguiera la carretera pero en dirección contraria a la casa, y viéramos qué pasaba. Así lo hice: salimos de la terracería, entramos a la carretera y, en lugar de subir, cometí el error de seguirme recto, recto. Ya me volví a equivocar, espeté. No te detengas, sigue, al cabo andamos de paseo, dijo mi mujer. Subí un poco el volumen de la música y seguí. Al cabo de unos cinco minutos reconocí un atajo, luego un claro del valle y, un poco después, el poblado siguiente: ¿Es Mosgiel?, pregunté asombrado. Sí, dijo mi mujer. Sí!, confirmó mi hijo. Me detuve un instante y doblé a la izquierda, siguiendo el mismo camino de terracería cuya entrada opuesta habíamos encontrado cerrada. En dos minutos estuvimos en el arroyo de Pine Hill, sin necesidad de haber rodeado la montaña ni tampoco habernos arriesgado a un accidente por la autopista. Casi cinco años recorriendo el mismo largo camino y no fue sino un error el que nos mostró la vía más corta para llegar. No cabe duda -pensé mientras mis hijos metían los pies en el agua (casi) tibia del estanque- que uno debe confiarse a los errores y dejarlos que pasen al frente a darnos la clase del día, porque entre sus ropas esconden, siempre, verdades inesperadas y aciertos irrefutables.

Ecos de la Costa

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