Un día te levantas con esta certeza: todo se mueve hacia el amor. Los ríos y los árboles, los edificios y las carreteras, los dioses y Dios, las hormigas, todos se mueven hacia el amor, como si éste –el amor- fuera puerto seguro, paraíso, isla encantada. Como si éste –el amor- fuera la felicidad. Pero el día es inevitable, como la noche o la muerte, y las certezas, certezas son. Y entonces te das cuenta que: todo se mueve hacia el amor. Todo va dando bandazos o no, aleve o apesadumbrado, inevitablemente, en flujos y reflujos, hacia el amor. Y el día que te levantas con esa certeza te das cuenta que tanto el sol de ese día como levantarse con tal certeza no es más que una razón de amor. Y nada puedes hacer: no puedes objetar, ni desmentir, ni huir siquiera puedes, porque hasta el que huye del amor no sabe que vaya a donde vaya irá, por el amor, movido.
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Y otros días algunos nos levantamos y nada se mueve, se queda estancado/a y cuando se hace fuerza para levantarse y pasear, se ve (o no se ve) tras un filtro mundo-paralelo, el cual es como este mundo pero más gris y apagado.