«Ser mexicano en Nueva Zelanda», por Silvia Isabel Gámez

Cd. de México (10 abril 2016).- Roque de la Mora, el protagonista de El último desayuno, sufre un trastorno obsesivo-compulsivo, como el autor de la novela, Rogelio Guedea.

En un primer plano, dice, se trata de una historia policiaca, basada en un hecho real: el asesinato de una estudiante en un campus universitario. En el libro es Sara Pike, una alumna aventajada del club de español. «Pero la novela va más allá, para centrarse en el tema de la fragilidad humana».

Narrada en primera persona, el crimen es el hilo conductor de la trama. Pero es la voz de Roque, sus dudas, el constante escrutinio de sus actos y de las acciones de los otros, y su relación con su ex esposa Maki, lo que atrapa al lector.

El último desayuno (Literatura Random House) es la segunda parte de su Trilogía de Dunedin, que inició con Vidas secretas (2012). En esa ciudad de Nueva Zelanda trabajó 11 años, dando clases en la Universidad de Otago. Era profesor, como su protagonista.

«Por ser mexicano y provenir de una cultura desacreditada por la corrupción, uno siempre vive bajo un halo de sospechosismo que quise reflejar en la novela», señala. «También mostrar el desarraigo del personaje, y romper con esos esquemas de pensar que, por ser una sociedad de primer mundo, multicultural, todos te aceptan sin problema».

Escribe, por ejemplo, que los neozelandeses, para no parecer maleducados, suelen ser tan falsos como los mexicanos, o sobre la costumbre de las mujeres de salir sin una gota de maquillaje. «Son apenas trazos, como un contrapunto de la trama para ir mostrando la problemática del personaje».

Guedea divide en trilogías sus proyectos narrativos. «Me siento bien partiendo ese universo en tres partes, independientes pero interconectadas». No puede explicarlo; es como el hecho de que, si bebe de una taza, tiene que ser redonda: «Si tiene algo picudo, me pone ansioso».

En un conjunto de obras, dice, los personajes siguen la misma dinámica que en la vida real: en un libro tienen poder y al siguiente lo han perdido, o al contrario. «Me ha gustado mucho copiar esta mímesis de las que nos hablaban los filósofos griegos. Copiar la vida, la naturaleza».

Abogado criminalista, Guedea trabajó seis años en el Ministerio Público de su natal Colima. De su experiencia en las mesas de investigación de homicidios, secuestros, robos, surgió su pasión por la novela negra. Ahí fue testigo también de las atmósferas violentas que refleja en su Trilogía de Colima: Conducir un tráiler, 41 y El crimen de Los Tepames.

«La realidad se impone, te da el lenguaje», explica. «Cambia la realidad, y es otra también la forma de expresarla. Es interesante como se da esa apropiación del lenguaje, y cómo el estilo y la propia poética se van transformando. En Vidas secretas y El último desayuno quise experimentar narrando en español con las estructuras del inglés».

En la novela, los episodios de ansiedad de Roque, el protagonista, son tan fuertes que llega a sufrir pérdida de memoria, al grado de dudar si es el asesino de la estudiante. «En los momentos pico del trastorno obsesivo-compulsivo», cuenta Guedea, «yo llegaba a ir al baño y, al salir, pensaba si había ido o no. El mío es un trastorno como el del personaje, es el nivel 7, que llaman del atormentado puro, todo sucede dentro de tu cabeza».

Escribir literatura es una catarsis para Guedea, al igual que la lectura. «Yo diario leo poesía en las mañanas, eso me ayuda mucho a que mis neurotransmisores no se bloqueen».

Autor también de poesía, acaba de publicar su libro número 14: Si no te hubieras ido. Escribe también ensayo y prepara una trilogía de novelas para niños. Tras la aparición de La mala jugada, seguirán Los trenes nunca vuelven y Los últimos rebeldes.

«Estoy ahora de vuelta en Colima porque mi trastorno se empezó a agudizar, porque la sociedad es más fría, por el lenguaje, incluso por el clima, me faltaba el sol», refiere. «Mi hija heredó también ese problema de ansiedad y decidimos volver para encontrar un remanso. El problema no se termina, pero se mitiga, se aminora».

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