Una exploración a las tradiciones intelectual y popular de la poesía mexicana
Durante el primer acercamiento al poema se toleran ciertas licencias: una de ellas, acaso inevitable, es proceder —sin pudor, sin restricciones y de manera impune— a la lectura lúdica, intuitiva e irracional. Se acude al gozo, no a la inteligibilidad. A ese contacto primario corresponde, en su estado más puro, la fascinación por la palabra y sus misterios.
Ante esa revelación, irrumpe de manera casi simultánea la necesidad de descifrar los mecanismos que hacen posible lo poético. En ese momento entra en juego una operación racional, la de la categorización de los elementos estilísticos, la del procedimiento crítico cuyo fin es descifrar la estrategia textual desplegada en el poema.
La culminación de este proceso, con frecuencia, es el reconocimiento propio en la obra ajena. Se cierra entonces el acto de comunión entre lector y poeta.
Alí Chumacero va más allá cuando advierte que “la poesía no es sólo comunicación. La poesía revela, descubre, llena de gracia el vacío, es símbolo y polvo, establece vínculos peculiares entre la persona y el espacio que la rodea. En su esencia reposa su propia libertad, su ser intransferible, y nos conduce a comprender la vida con más vigor.”
Poetas mexicanos del 30: una generación entre el cielo y la tierra (Universidad Veracruzana, 2018), del escritor colimense Rogelio Guedea, pertenece a la categoría de los libros que estimulan al lector a transitar del asombro pueril de la primera lectura a la comprensión minuciosa y profunda, que invita al descubrimiento de un autor —o de un grupo— no a través del material en bruto —por nombrarlo de alguna manera— que constituye la obra, sino desde la revisión de sus recursos escriturales, de sus afinidades y divergencias estéticas o de su diálogo y deslinde respecto a los poetas de otras décadas.
Es decir, la labor que emprende Guedea no sólo es instruir la lectura, sino ofrecer un acompañamiento para la apreciación objetiva y amplia de los materiales poéticos de quienes, “por sus características estéticas y estilísticas,” mejor representan a la generación del 30: Francisco Cervantes, Gabriel Zaid, Gerardo Deniz, José Carlos Becerra, José Emilio Pacheco y Marco Antonio Montes de Oca.
Antes de indagar en las particularidades que delinean la poética de cada uno de estos autores, Guedea traza un panorama de las generaciones que precedieron a la de la década de 1930. Encontramos, de esta manera, el antecedente inmediato en la generación del Medio Siglo, cuya figura central, Octavio Paz, habría de ejercer una rectoría y pronunciada influencia en los autores del 30. De la misma manera en que Paz y su contemporáneo Jaime Sabines representaron los polos opuestos de la dicotomía entre las poéticas intelectual-popular —aunque esta delimitación puede resultar reduccionista— el autor de El arco y la lira heredaría una influencia determinante en su generación inmediatamente posterior.
“Los miembros de la generación del 30 —precisa Guedea— intentaron seguir sus coordenadas, directa a unos (Deniz, Becerra, Montes de Oca) e indirecta otros (Cervantes, Zaid, Pacheco).” Guedea regresa a este punto cuando señala que “si uno destaca lo dicho por Paz sobre cada uno de estos poetas se podrá reconocer su propia estética y, también, la de sus tutelados. (…) Todos los poetas (…) van a significar una reafirmación de la poesía culturalista, reflexiva, intelectual, de pensamiento, libresca, que había sido abandonada por los Poetas del Medio Siglo. (…) Serán los poetas de la generación del 30, pues, los que darán constancia de esta continuidad de la estética paciana.”
Habrá que puntualizar que esta apreciación tiene sus matices, dado que los poetas del 30 —en especial José Emilio Pacheco, opina Guedea— aligeraron “la densidad del lenguaje para hacer una poesía más coloquial, más sencilla y más llana en cuanto a su sentido”.
“La poesía de estos poetas oscila entre lo terrenal, lo puramente humano, lo considerado dionisíaco, y lo etéreo, lo intelectual y apolíneo”. De ahí la metáfora “entre el cielo y la tierra” que emplea Rogelio Guedea para subtitular su volumen crítico.
En un país en el que no sobra la crítica literaria profesional y en un medio literario que demanda un mayor ejercicio autocrítico, trabajos como el de Guedea—presentado en la XXXVII Feria del Libro de Tijuana— no sólo promueven el acercamiento de nuevos lectores al corpus poético mexicano, sino que —y en este punto es pertinente acudir de nueva cuenta a Chumacero—contribuyen a que “el caos de la imaginación , o peor aún, de las imaginaciones, se perfile en una continuidad que al fin y al cabo creará lo que llamamos tradición de la literatura.”
En su labor crítica, Guedea sabe guardar distancia entre su ejercicio creativo —en específico el de poeta— y su objeto de estudio. El autor contiene el impulso hacia sus afinidades de manera que la parcialidad no se trasmina en su proceso analítico.
Caso contrario ocurre con su trabajo poético en el que sí admite resonancias de los autores que tiene bajo escrutinio. Lo anterior, aunque implique una obviedad, pues la poesía se alimenta de la tradición que le antecede, conviene mencionarse porque la correspondencia entre el crítico y sus poetas le resta frialdad al análisis, mas no precisión, cumpliendo un proceso comunicativo acaso más elevado que el que ocurre, más elemental, entre el lector común y el poeta. Quien se apoya en trabajos como el de Guedea para adentrarse en el funcionamiento de los mecanismos internos de la obra, se acerca a los márgenes que existen entre el poema y la inteligibilidad.
Es pertinente ubicar a Poetas mexicanos del 30 en un proyecto más amplio de una historia de la poesía mexicana, para la cual Guedea hizo su primera entrega en 2007 con un volumen sobre los Poetas del Medio Siglo y prepara actualmente una tercera parte dedicada a la generación de la década de 1940.
Por último, es importante anotar que reducir al autor de Poetas mexicanos del 30 a su condición de ensayista es impreciso pero, sobre todo, injusto. Rogelio Guedea es uno de los escritores mexicanos más activos y vigentes. En su catálogo se enlistan quince volúmenes de poesía a los que se le añade Acta de fe, que vio la luz hace apenas nueve meses, la cual reúne una selección de su obra poética escrita entre 1997 y 2017; nueve novelas; ocho tomos de narrativa breve; un libro de crónica; la coordinación de diez antologías y nueve colecciones de ensayo. Ha sido merecedor de diversos reconocimientos nacionales e internacionales, entre ellos, el premio Adonáis de poesía. Parte de su obra ha sido traducida al alemán, chino, francés, griego, inglés, italiano y portugués. A lo anterior se añaden su intensa labor académica, su participación como columnista en varios de los principales periódicos nacionales, su actividad como miembro del Sistema Nacional de Investigadores y su reciente nombramiento como miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.
Rogelio Guedea y los poetas del 30
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