Una carta de amor para mi hijo vivo

 

para mi hijo Bruno

 

De algún tiempo a la fecha he venido observando una especie de impaciencia creciente en los jóvenes, producto de múltiples razones pero, sobre todo, de la forma tan incierta en que se les está imponiendo el porvenir en contraste con las ganas enormes de encontrar de forma pronta y expedita el éxito en cualquiera de sus formas, entre las que sobre sale la material. Este choque de trenes entre lo que se quiere y lo que realmente se puede genera, como ya sabemos, ansiedad, depresión y otros trastornos no menos incordiantes para quien los sufre y para quienes están a su alrededor. He caído aquí con estas reflexiones movido por un caso que sucedió ayer y que causó conmoción en la sociedad colimense: el hallazgo sin vida del joven Héctor Javier Medina García, quien fuera estudiante de la preparatoria del Tec de Monterrey Colima y quien se presume se suicidó colgándose de un árbol en el sur de nuestra ciudad. El joven estudiante era hijo de una reconocida maestra de nuestra localidad con quien yo incluso he llegado a tener trato personal. No quiero por ningún motivo emitir ningún tipo de juicio sobre las causas que llevaron a este joven a cometer lo que finalmente consumó (nadie mejor que sus padres podrán explorar con mayor legitimidad en el interior de sus motivaciones), pero sí quisiera no dejar de alertar sobre algo: la importancia de observarnos. Pero de observarnos de verdad: padres a hijos, hijos a padres, entre hijos y entre padres, porque lo peor que puede pasarnos es no saber quiénes somos, o al menos, dónde estamos, para, de ser necesario, actuar en consecuencia. Ponderar los bienes espirituales sobre los materiales sería también una buena forma de darle a la vida misma su lugar esencial. Nada importa más que vivir: no hay mayor felicidad como la que puede darte la salud mental, la salud física, la paz interior. Amigos míos: la felicidad es la paz interior, por encima de cualquier otro bien terrenal. Por encima de todo. Ayer fue este joven preparatoriano, un día antes fue una joven que se lanzó de un puente en Tecomán, pocas semanas antes otros, etcétera. Las estadísticas nunca van a reflejar la realidad que nos está erosionando y si no tomamos esto como una alerta importante para dar una vuelta de timón, llegará el momento en que nosotros mismos tengamos que lamentarnos. Por todo esto he querido escribir esta carta de amor a mi hijo vivo: para que sepa que igualmente lo voy a amar si mete diez goles que si no mete ninguno, si saca buenas notas que si reprueba todas las materias, si consigue ser lo que quiere ser que si no lo consigue, e igualmente él debe amarse a sí mismo sea una cosa o la otra, porque lo que de verás importa en la vida no nos cuesta nada y casi siempre lo tenemos al alcance de nuestras manos. En eso radica la grandeza, sin duda, en volver a dignificar el valor de las virtudes espirituales (que dependen de nosotros) contra el poder que nos han impuesto todas las materiales (que casi siempre depende de la voluntad de los otros).

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