Ser maestro

Tengo dando clases desde 1998, esto es hace casi veinte años, un poco menos de la mitad de mi vida. Empecé a dar clases en la Universidad de Colima, en el Bachillerato 1, siendo muy joven. No tuve entonces más herramientas que la pasión por la literatura (como hasta el día de hoy) y una idea, entonces vaga, de lo que era transmitir ese conocimiento, tan vaga que me propuse escribir (más para mí mismo que para los otros) un pequeño manual que al final se publicó con el título de La enseñanza literaria, mismo que fue publicado por nuestra Casa de Estudios en 1999.

Ahora saco de mi librero este manual y lo veo con cierta nostalgia, pude haberlo hecho mejor, aunque sigo creyendo en su propuesta esencial: el éxito de todo lo que hagamos es directamente proporcional a la pasión que le imprimamos al hacerlo. Por eso hasta la felicidad es un asunto de actitud. Son los años (la experiencia, la acumulación de conocimiento, etcétera) los que se encargan de ir convirtiendo en convicciones lo que en un principio fue pura y mera intuición, y en esto va incluida también nuestra preparación académica, cuando somos docentes. Si bien es cierto que es importantísimo que estemos bien formados sobre la materia que enseñamos a nuestros estudiantes, igual de importantísimo es que también estemos bien preparados para interactuar con ellos. De nada nos sirve ser eminencias en un área del saber si la manera de relacionarnos con nuestros estudiantes (los canales de comunicación que establezcamos con ellos para atender sus demandas y sus necesidades personales) es disfuncional. Un salón es una pequeña comunidad que tiene como su principal herramienta de interacción la comunicación, de tal modo que si ésta falla, todo el proceso de enseñanza-aprendizaje fracasa.

Nada más hay un detalle: como quien lleva el liderazgo de esa pequeña comunidad que es el aula es el maestro, la forma en que éste lo asuma será determinante para que esa comunidad viva en armonía o en guerra. Si el maestro ejerce un liderazgo autoritario, debe saber que esa comunidad tarde o temprano se le alzará en armas, con las consecuencias que esto conlleva. Si ejerce un liderazgo anárquico, debe atenerse a las consecuencias del desorden por venir. Si ejerce un liderazgo paternalista y preferencial, entonces no faltará quién le reproche tal parcialidad. Si, en cambio, es un liderazgo republicano, basado en leyes que beneficien a todos por igual sin distinciones, que ponderen el respeto y la justicia, y que estén claras en los derechos y obligaciones, entonces la comunidad transitará sin descarrilamientos.

Si aunado a esto ponemos por encima de todo (incluidas leyes que encontremos injustas para ciertos casos) nuestra sensibilidad y sentido humano, entonces habremos enseñado mucho más de lo que nuestra propia materia de estudio se proponía: habremos enseñado a ser no mejores estudiantes o profesionistas, sino mejores seres humanos, fin último de toda esta formación educativa. Sin considerarme infalible en nada (pues quién lo es), de muchos años a esta parte tengo la convicción de que formar mejores personas es la misión más importante de nuestra labor docente y uno de los más altos retos de la nueva sociedad globalizada, en donde parece ser que ya no podemos escondernos ni de nosotros mismos.

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