El domingo pasado terminó la jornada electoral con un resultado que ha “asombrado” a propios y extraños, nadie pudo nunca calcular el tamaño de la voluntad ciudadana que fue a depositar a las urnas una larga cauda de humillaciones civiles. A nadie le queda duda de que el triunfo de Andrés Manuel López Obrador (quien logró convertirse en el depositario de esa esperanza de cambio para un México demasiado herido) es la respuesta de una sociedad a la corrupción, impunidad y violencia a la que nos han tenido subyugados los últimos tres gobiernos, en especial de filiación priista y panista. Fue tan grande este hartazgo ciudadano que ni siquiera pudo contra él el sistema de cooptación y compra del voto, una estrategia electoral a la que ya se habían acostumbrado las diferentes fuerzas políticas e incluso a la que ya se habían atenido, de ahí que no les importara después hacer malos gobiernos, al final el voto se compra y los resultados vienen a la medida que imponga el dinero. Y nadie se sienta ofendido: el fin justifica, como siempre, los medios. Esta vez, por fortuna, no fue así. El mensaje fue claro para las diferentes fuerzas políticas, en especial para las más deslegitimadas, PRI y PAN: ya no se tomen la molestia de comprarme mi voto, yo al final tomaré el dinero y votaré por quien yo quiera. Es lo que parece decirles una sociedad hastiada de vejaciones. Lo que pasó a nivel nacional se replicó también en Colima.
El congreso y las alcaldías se pintaron mayoritariamente de Morena, y estoy seguro que si hubiéramos tenido elección gubernamental, esta también se habría pintado de la misma marca partidista. El PRI y al PAN colimenses fueron reprobados por una ciudadanía que, incluso sin tomarse la molestia de revisar quiénes eran los candidatos de Morena, le dio la espalda a los partidos en el poder, salvo en el caso de Cuauhtémoc, único candidato que fue reelegido gracias, hay que decirlo, a que no dejó en estos tres últimos años de hacer un trabajo cercano a la gente. Tampoco debemos atribuir todo a la ola Morena, pues en los triunfos de Locho Morán y Felipe Cruz Calvario, ambos de Movimiento Ciudadano, lo que hizo la ciudadanía fue ratificar buenos gobiernos pasados, Cruz Calvario en dos ocasiones presidente municipal de Villa de Álvarez y Locho Morán una vez de Colima. Estos tres municipios (Cuauhtémoc, Villa de Álvarez y Colima) rompieron con la regla de que todo había sido por la llamada “ola Morena”, con la cual se han querido justificar priistas y panistas. Quedarnos con este argumento es ofender la inteligencia de la ciudadanía, pues si bien es cierto que hay casos en los cuales los votantes no se dieron la oportunidad de averiguar los perfiles de los candidatos (sobre todo los de Morena), también es cierto que los tres municipios mencionados nos hacen patente una cosa: que los ciudadanos ratificaron a quienes ellos consideran buenos gobernantes y sacrificaron a quienes consideraron malos gobiernos.
Esto quiere decir que, por ejemplo, en el caso de los candidatos al Congreso local, según el juicio ciudadano ninguno de los que intentaron reelegirse les pareció que se lo merecían, los no pocos casos de Riult Rivera, Nicolás Contreras, Norma Padilla, Gabriela Sevilla, Crispín Guerra, Javier Ceballos, Adriana Mesina y Alejandro García Rivera. Con esto se envía un durísimo mensaje a los representantes populares por venir: pónganse a trabajar y háganlo bien, si quieren reelegirse. El cambio de los hábitos electorales se ha impuesto drástico y es importante, por el bien de los propios partidos políticos y de la sociedad, que lo entendamos y actuemos en consecuencia. La sociedad es otra y no parece estar dispuesta ya a tener concesiones de ningún tipo. Volvamos, pues, a los significados originales: el servidor público está para servir a la sociedad y no para servirse a sí mismo de ella, el representante popular está para representar los intereses de la sociedad y no para beneficiar sus propios intereses, el partido político está para luchar por la voluntad de las mayorías y no como una guarida de ladronzuelos dedicada a saciar sus ambiciones de poder personales o de grupo, etcétera. Entramos, gracias a muchos factores, a una nueva era, que a todos nos ha dejado atónitos. Yo sólo pido una cosa: espero que dure.
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