La vida en el espejo retrovisor y otros cuentos portátiles

La vida en el espejo retrovisor

En fragmentos es que se encuentra la vida; pequeños elementos acomodados entre un juego de espejos dispuestos conveniente para vernos; sólo para eso. La vida en el espejo retrovisor y otros cuentos portátiles nos lleva a detenernos, a través de sus pequeños manifiestos, en el detalle de cada pieza del rompecabezas, para advertir que el encuentro más deseado es con ese inasible sujeto que se nos refleja en el espejo.

La vida en el espejo retrovisor

Aquella tarde volvimos del centro  comercial, a donde habíamos ido a comprar una bomba de aire para la  bicicleta de mi hijo. De paso, aproveché para ataviarla también con un  pequeño portaequipaje, un bote de agua, un cubre asiento y un espejo  retrovisor. Era la tarde y caía una lluvia casi imperceptible cuando  empecé a ponerle los perifollos. Primero el portaequipaje, luego el  cubre asiento, después el bote de agua y por último el espejo  retrovisor. Como no podía ajustarlo en la medida correcta, le llamé a mi  hijo para que montara la bicicleta y lo colocara a su altura. Subió y  dio una vuelta, intentando darle la posición exacta. Lo intentó de  nuevo, y nada. Creo que le quedaba más bajo de lo normal, lo que lo  hacía inclinarse más de la cuenta. Entonces le dije que viniera para  reacomodar la bisagra. Como mi hijo me notó ya un poco desesperado (cosa  que cada vez es más frecuente en mí), antes de bajarse de la bicicleta  me dijo: papá, pero si el retrovisor no importa tanto. Lo que importa es  ver bien hacia delante, ¿no? Apenas lo dijo, plac, sentí que una ráfaga  de luz me atravesaba de orilla a orilla. No tuve más remedio que pensar  en la vida y en cuánto a veces nos empeñamos en mirar sólo hacia atrás,  esas desgracias que nos siguen como los perros falderos a sus dueños, y  cuan poco nos enfocamos a ver el camino que se nos abre, límpido, a  cada paso. Tienes razón, dije a mi hijo, y empecé a desmontar el  retrovisor. Ahora verás hacia adelante y, sólo en los cruces de calle,  girarás un poco la cabeza para cerciorarte de que no viene carro, ¿sale?  Sale, me dijo mi hijo con una sonrisa que aún no sabía todo lo que, esa  tarde de lluvia, me había enseñado.

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